domingo, julho 23

El demonio patrono de la tipografía.

El demonio patrono de la tipografía. MATERIAL EXTRAIDO DESTE SITE

por paola L. Fraticola
Texto extraído de Tipográfica nº 47,
Comunicación para diseñadores, 2001.




"Soy Cormac, hijo de Cosnamach,
que se ejrcita en Dun Daigre, el lugar de la escritura
y temo que tenemos demasiado de la diablura en esta tinta.
Soy un pobre diablo y mi nombre es TITIVILLUS."



La historia del aliado favorito de los escribas
y el mejor cuidador de sus impresos.

Otros oficios tienen sus maestros, otras artes sus santos patronos, pero sólo los calígrafos pueden aseverar tener un demonio patrono. El siguiente relato de Titivillus, ese singular diablo medieval, está basado en exiguos registros escritos, entrelazados con una cantidad de presunciones libres.

Titivillus fue creado en broma por los monjes medievales para lograr un propósito serio. La naturaleza repetitiva de la vida monástica era desgastante. Los monjes solían dejar de prestar la debida atención a su trabajo y entonces mutilaban o se les escapaban palabras, cometiendo errores ortográficos. Era necesario recordarles que la falta de atención era un pecado. La primera mención escrita de Titivillus por su nombre apareció alrededor de 1285 en el Tractatus de Penitentia, de John of Wales. Y el comentario que allí se hiciera fue repetido a principios del siglo siguiente por Petrus de Palude, el patriarca de Jerusalén, en un sermón; «Fragmina psalmorum /Titivillus colligit horum», que, traducido libremente, dice que TitivilIus coleccionaba trozos de los salmos. Escurriéndose sigilosamente sin ser visto, registraba cada una de las barbaridades verbales que se decían durante los oficios religiosos.

Pero los monjes deploraban los errores en la copia y en la escritura tanto como los que se producían en la lectura y en los cantos litúrgicos, si bien no existe ningún registro de su interés en los errores de los escribas con anterioridad al siglo XV.

También se presume que bien puede haber seguido a los monjes después de la celebración de la misa para interiorizarse de lo que estaba fuera de regla en el aposento de los calígrafos.

Lo que Titivillus hacía cuando escuchaba o veía un error fue lo que le otorgó su condición demoníaca. La temprana descripción de John of Wales aportó otro dato: «Quacque die mille/fvicibus sarcinat ille», corroborado en varios manuscritos (uno de ellos llamado Arundel 506, folio 46, que se encuentra en el Museo Británico de Londres). Éste explica que Titivillus estaba obligado a encontrar diariamente suficientes errores para llenar mil veces su bolsa, los cuales el Diablo bajaba al infierno, donde cada pecado era debidamente registrado en un libro con el nombre del monje que lo había cometido, para ser leído el Día del Juicio Final.

Se podría pensar que la búsqueda de errores por parte de Titivillus era tarea fácil. En The Cloisters Manuscript ("El manuscrito de los claustros"), como se lo conoce en la actualidad, producido entre 1325 y 1328, quince santos fueron accidentalmente omitidos en el calendario, y los nombres de más de treinta de ellos contenían errores de ortografía. Ya seguramente una bolsa llena.

No obstante, la presencia de Titivillus tuvo su efecto. Los monjes rápidamente comenzaron a tener más cuidado, y alrededor de 1460 le era necesario merodear a hurtadillas, con la bolsa casi vacía, alrededor del sitial del coro, en búsqueda de algunos «janglers, cum jappers, nappers, galpers, quoque drawers, momlers, forskippers, overenners, sic overhippers...» (los janglers y los jappers hablan rápido o en broma, los nappers se quedan dormidos, los galpers bostezan, los drawers no paran de hablar y los momlers mascullan, los forskippers miran a las cosas por encima, los overenners no son otra cosa que forskippers más rápidos, y los overhippers sencillamente lo hacen con más brío).



Titivillus se había quedado corto de pecados y para 1475 se había tenido que rebajar a incurrir en las diabluras más deslucidas:



En otras palabras, ocultándose furtivamente en las iglesias donde tomaba nota de los nombres de las mujeres que chismeaban durante la misa. Pero el diablo debe tener su merecido. En algún momento del siglo XV cayó en la cuenta de que un diablo astuto tendría que poder seducir a los escribas para que duplicaran, triplicaran y hasta cuadruplicaran sus errores y no perdió tiempo en poner en práctica su plan. Al poco tiempo estaba embolsando tantos pecados como en siglos anteriores. Los escribas, sobrecargados de trabajo debido a las increíbles exigencias de las universidades en materia de textos, negaban toda responsabilidad por los errores que aparecían en los manuscritos que tenían que producir con la mayor premura. El diablo, afirmaban, los había tentado para que cometieran errores y Titivillus, reconocido como el autor de sus erratas, se convirtió en patrono más que en una peste, ya que los absolvía de culpa y cargo.

Titivillus, una creación de la era medieval en el amanecer del Renacimiento, rehusó la luz de la razón y su nombre rápidamente cayó en el olvido. Pero nadie lo había exonerado de sus tareas diarias. A medida que aumentaba la popularidad de la imprenta y mermaba la riqueza de la caligrafía, diversificó sus actividades. El monje piadoso que editó el manuscrito Anatomy of the Mass (Anatomía de la misa) en 1561 tuvo que agregar al delgado libro de 172 páginas de texto una fe de erratas de quince páginas, un récord en materia de errores en un trabajo tan breve. La fe de erratas comenzó con una explicación por parte del monje a esta terrible situación: indudablemente, era trabajo del Diablo. El manuscrito de alguna manera se había ensuciado y empapado antes de llegar al impresor, quien, luego de estudiarlo mientras lo sostenía con cierta repugnancia, había sido inducido misteriosamente a cometer esta cantidad jamás superada de errores en una composición tipográpca. Sixto V, papa desde 1585 hasta 1590, aparentemente desconociendo a Titivillus, autorizó la impresión de la Biblia Vulgata traducida por Jerome. No queriendo correr riesgo alguno, el papa emitió una bula papal excomulgando en forma automática a cualquier impresor que le efectuara una alteración al texto. Ordenó que la bula fuera impresa al comienzo de la Biblia. Examinó personalmente cada hoja a medida que salía de la prensa. No obstante, la Biblia Vulgata contenía tantos errores que hubo que imprimir correcciones que fueron recortadas y pegadas encima de los errores en cada ejemplar de la Biblia. El resultado provocó un sinnúmero de comentarios irónicos sobre la irregularidad de la infalibilidad papal, y el papa Sixto no tuvo otra opción que ordenar la devolución y destrucción de la totalidad de los ejemplares. No obstante, según se dice, uno fue preservado como testamento a la obra o de Titivillus.

Desde el Renacimiento, los libros, y más recientemente los diarios, han abundado en errores tipográficos que carecen de explicación aparente. Pero es evidente en quién recae la culpa. Quién más podría haber hechizado con tanta maestría a los editores del Oxford English Dictionary, que durante el último medio siglo en cada edición de este trabajo eminente se hace una referencia incorrecta en la página lo que no sorprenderá a nadie donde se menciona a Titivillus. El rebrote actual del interés por la caligrafía es indudablemente del agrado de su demonio patrono.



Titivillus debe estar pensando que han vuelto los buenos días de antaño. ¿De qué otra manera podríamos explicar los errores que cometemos?

Extraído del libro Medieval Calligraphy, de Marc Trogin, editado por Dover.

REFERENCIAS: Las ilustraciones fueron facilitadas por María Eugenia Roballos y extraídas de: Avrin, Leila. Scribes, Script and Books, ALA/BL. i991. Jackson, Donald. La Scrittura nei Secoli, Nardini Editore, 1988. Backhouse, Janet. The Lindisfame Gospels, Phaidon, 1981. Gullick, Michael. Alfabeti Decorativi, L'arte della scrittura, Orsa Maggiore Editrice, 1995.





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